20 d’abril, 2010

Lecturas (Víctor López)





No he leído a Marcel Proust, ni uno de sus tomos ‘En busca de el tiempo perdido’. Tampoco he leído a María Zambrano ni a Lezama Lima ni a Thomas Pynchon. No he visto todas las películas de Haneke, ni falta que me hace, y tampoco he visto todas las de Truffaut. No he leído todos los libros de Barthes, tampoco todos los poemas de Sylvia Plath. A veces no tengo claro dónde va la y griega en su nombre, ni en el mío, ni cómo se escribe Nietzsche en realidad. Me leí con quince años libros que debería leer ahora que tengo treinta y uno. Por ejemplo: ‘Manhattan Transfer’ y ‘La Biblia de neón’. Seguramente no debería haber leído aquel libro de Edmundo D`Amicis: ‘Corazón’. Después tuve que leerme compulsivamente todos los libros de Julian Barnes y Michel Houellebecq, las ‘Iluminaciones’ y la temporadita en el infierno, hasta llegar a Artaud. Sufrí la fiebre bolañista porque fui cordialmente invitada a formar parte del realismo visceral, sé a memoria, como los italianos, los poemas de Ángel González, pero quizá no porque fuera un gran poeta, que lo es, sino porque fue mi maestro. Me gusta acordarme de los cipreses de Gerardo Diego, y que abril es el mes más cruel, que mis amigos lleven en el bolsillo algún libro que les haya regalado, puede que el ‘Elogio de la sombra’ de Tanizaki, o el ‘Cuerpo transparente’ de Max Blecher. Dicen que hay que regalar lo que se haya leído, que eso significa algo. 



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