07 de gener, 2011

EL FALSETE Y EL CORCHO (Víctor López)

         
Te escribo Pepe esta carta, carta a una tercera persona de amor,  que no quedará por suerte en los anales de la literatura porque en ella no se encontrará, ni una simple palabra que nos pueda sorprender o zimbrear. Me han sorprendido y agradado tus frases “aliguera mangui que no hay pan duro” y tu vocabulario fuerte de sabiduría de calle y caló, “tanca la burda” que he respetado con tu “egalité” y republicanidad nutrida en Francia, pero en el umbral de esta burda que tu has escupido por la boca y con tus colonias de lavabo en la mañana,  estoy yo con un matrimonio roto por equivocación y culpa mía y con un amor sabio y multilingüístico que nunca creí que a mi me tocara y admirara.
La quiero, a esta mujer que camina torpemente pero piensa con gran claridad, con tanto amor que hasta con ella he debido y sabido  callar mis armajales terrenos. Por y para no dolerla; y es que hasta el duelo que hemos padecido ella y yo y un seguro amor que aún me tiene es mayor que las películas que hemos ido a ver y los taxis que hemos cogido juntos para llevarnos a su casa y no cumplir como un hombre como debería haber hecho. Esto no es literatura de cordel Pepe, son palabras encastadas con el encéfalo y no encartadas y siento y me duele haberte aceptado en mi casa creyendo tu gran bondad que aquí pudieras morir pero mi camino –palabra que me recuerda a Escribá de Balaguer- y su pensamiento que nunca tuvo en cuenta la gran obra El Criterio de Balmes y La agonía del cristianismo de Unamuno- debe seguir una vía, una vía que con el dinero actual no me llega y con soledad y muchas cuentas, tanto buenas, como malas sí me llegaría.
         Lo hemos hablado por hache y por bé y hasta por letras creadas por nuestra inteligencia y camufladas en los alfabetos inexistentes que intentaré, cosa que creo será difícil por el sobrinismo que sé que me mantienes, explicar. Tienes que dejar amablemente y con amistad mi casa. Tengo una vida con dos mujeres, que no son mi madre y mi amante, que sacar adelante. Mi Elena, que nunca la tuve que haber dejado con un cáncer de pecho seguido de un matrimonio más infeliz que con el que conmigo mantuvo y una lesión psiquiátrica que por mucho Freud y Adler que lea no entiendo y no he sabido ayudar, y una mujer maravillosa de ojos verdes y piel blanca, que trato sin armadilla, como la nieve de la virginidad que me ha derrotado por el amor que no le sé mantener.
No quiero, en los años que como a todo el mundo me tocará vivir aún, defraudar a nadie. Al margen de mis carnales pero no pecadores amores tengo una hija que debo recuperar y una Elena a la que debo ayudar con todo el esfuerzo económico que pueda.
      Te doy las gracias por haberme ayudado sobretodo fregando los platos y cuidando de la limpieza del piso, y ves que esto lo digo con un éustilo cinismo enorme porque en tu vida has sabido fregar un lavabo, una cacerola, un puchero o una tartera y recogiendo trastos de la calle que no nos son de ninguna necesidad, pero no soy un banco y no me resulta cobrar lo mismo que hace tres o cuatro años y gastar sin piedad todas las facturas que me llegan sin nosología con ambición de desposeer a aquellos que tenemos una nimia querencia, esa querencia que nos sostiene y nos ayuda a vivir porque es nuestro techo, pan y piso.
         De boquilla tienes amigos mejores que yo pero ninguno te ha dejado un piso para dormir o una sencilla habitación para descansar aunque fuera pagando. Eso sí te han invitado a todas las cervezas y vermuts con pancismo, que has querido y sobrado y lo mismo has hecho tu con ellos y ellos, sean comunistas como tu o no, tampoco tienen idea de hacer las faenas de casa y sí de hablar incansablemente riendo de asuntos que desconocen y de vidas que no les importan.
No te culpo de no ser un manitas, ni de no saberte hacer la cena y de mantener la nevera abierta durante diez minutos por no saber sacar nada de ella, soy ya Pepe, “mon chère enemi”, una persona mayor que se pone muy nerviosa con tu inefable lentitud cuando abres el frigo y no sabes qué hacerte. Me recuerda una mocedad sin acabar de construir, me recuerda los niños bebés y tontos que echan, sin conocer y desconocer causas, a correr. Yo sólo tengo una mano y es la más inútil de las dos. Qué quieres que le haga, pero sí te culpo de que con la edad que tienes y no reconoces tengas ganas de que te mimen, te hagan comida, te arropen, te limpien y sobretodo no tengas idea del gasto de electricidad.
La democracia, has de saberlo porque en Francia, la cuna de ella, has vivido, y te vanaglorias, por tu oficio, chófer de embajadores americanos, haber conocido el Paris más selecto de buenos güisquis, según me has confesado bourbons, y no de Kantenbraus y Kronenbourgs que bebían los franceses con sus “canons” auvergnats que en mi infancia concí, para emborracharlos y poder seguir tirando la miserable vida palante  no es sólo votar, ni tan siquiera saber votar, cosa que a mi mucho no me ocupa porque nunca he votado, ni siquiera,
a diferencia de ti, he criticado los ministerios, ni a los galopos funcionarios que en su vida han sabido trabajar y sólo han querido estar sentados en una cómoda silla que les diera de comer. Es también y me parece que no lo tienes muy claro, saber escuchar y asimilar y comprender lo que te explican, no para girarse y dar la vuelta, como hacen los alcohólicos a todo lo que les han dicho, sino para pensar seriamente si en alguna parte de la argumentación aquella persona que te la esponja lleva razón.
         Me sabe mal que por mil palabras que te haya dicho no hayas sabido guardar mi troje de silencio y que con tu ya larga y gran edad, porque hasta con una monja, te casaste, que no eres un niño ya y ni casa donde caerte muerto tienes, no hayas entendido nada en toda nuestra relación que entendieras.
Sé que te acordarás del grifo que me diste y del teléfono fijo que me regalaste con la memoria de elefante que tienes pero yo no le doy valor a la memoria y sí al dinero que puedo obtener de los “ruskys”, como tú los llamas, a los que puedo dar buenas clases de español. Un español sin pancarditis. Unos rusos a los que he debido negarme a darles clases.
Las ganas de que te mimen y te hagan comida de acuerdo con tus gustos de “bon vivant”, potajes que en tu peleona vida no has sabido hacer,  y de grandes restaurantes, a la hora y minuto que tu deseas, sin que comida alguna te satisfaga me dueluen y desagradan. Sé que me has ayudado con las trompas que hemos cogido los dos pero yo debo por obligación pensar en mi futuro y desde luego la memoria puede acordarse de todo y no responder a nada.
Siento disentir contigo en muchísimas cosas, no en las apreciaciones políticas de la realidad, pero la política es tan poca cosa para mí en este mundo de cornudos amores que no le doy importancia, así llevo más de trece años sin votar.
Y es que la memoria puede acordarse de todo y no responder a nada y yo quiero que tu memoria responda a saberte hacer cenas que no dependan del alcohol alimenticio que usas para alimentarte.
  No puedo aguantar este ritmo y no quiero dejar de tomar una copa de cava en Navidad. La democracia al margen de votar y expresar opiniones más o menos válidas o acertadas es saber fregar los platos que siempre eternamente quedan para mañana y son de uso comunitario. Siento que te hayas hundido, por voluntad propia, he de decirlo, en la categoría de los no tengo dónde caerme muerto, con todo el dinero que has ganado y en los casinos has gastado y también comprendo con mi corazón de “granmalparit” que a ti te duelan los sin casa y los acojas en la mía. Tu siempre más pero creo que desde pequeñín los he conocido mejor que tu. Comprendo tu propiedad caritativa de acoger a los sin techo pero la democracia también es saber escuchar y saber aceptar los caminos que los otros, en este caso yo, los demás quieran definir. Mi camino es, y quiero que sea, con alcohol e hija, o sin ellos, el de caminar sólo y aprovechar, sin bancos donde me tenga que sentar ni aliento reponer el poco amor que me pueda quedar con mi amada Marisa.

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