03 de novembre, 2009

Hipermedia: obsolescencia y desvanecimiento




Del text de Doménico Chiappe: Hipermedismo, narrativa para la virtualidad


La democratización de la cultura implica la pérdida de poder de quienes lo monopolizan, como lo demuestra el balance de los monasterios benedictinos en la Edad Media, cuyo estancamiento coincide con la invención de la imprenta, que produjo «la formación de las bibliotecas privadas y la extensión de las fuentes de información más allá del sermón y la universidad, y hacia una elección individual de las lecturas». En ese tiempo, «la tecnología de la escritura había penetrado profundamente en la estructura social y económica de la comunidad monástica. [...] Los monasterios benedictinos muestran una curva de crecimiento desde el 500 hasta el 1000 d. C., siendo claramente ascendente hacia el milenio, seguido por un envidiable crecimiento que mantiene la prosperidad desde el 1000 al 1500; sin embargo, los últimos quinientos años -la edad de la imprenta- muestran unos resultados más heterogéneos». Hoy día, los autores y editores encuentran más económica la publicación en formato electrónico, pero no logran recuperar la inversión con la venta directa de la obra y no logran una mejor difusión que la que obtendrían si la publicaran en formato códice. En parte porque los canales del mercado lo impiden pero, sobre todo, porque el acceso a la tecnología está vedado, por un costo prohibitivo para algunas realidades, a la gran mayoría de la población mundial.

La cultura hipermedia ha multiplicado el valor de la información, entendida como «un recurso eminentemente virtual, puesto que no se agota con el uso, y puesto que su valor reside en su potencial para crear riqueza». En teoría «internet es el paradigma de la convergencia de todas las sustancias expresivas, un canal flexible que admite todo tipo de informaciones y relatos, el soporte de los soportes que puede albergar a todos los medios de comunicación existentes, sean o no interactivos». En teoría también los bancos de información virtuales cumplen con los mismos fines que las bibliotecas, que «son simples manifestaciones de un proyecto cultural más amplio: hacer que el conocimiento esté disponible en acceso no lineal en todas las formas posibles». Pero la falta de sistemas discriminadores para hallar la información en el ciberespacio dificulta la utilización de esta fuente de conocimiento.

Para utilizar la información depositada en los bancos de contenidos, se requiere facilidad y rapidez para indagar, cualidades que han desarrollado «buscadores» comerciales de internet. Como dice O'Donnell, «lo que estaré dispuesto a pagar cuando los océanos de datos salpiquen mi puerta será la ayuda para encontrar y filtrar esa inundación para satisfacer mis necesidades». No obstante, estos servicios jerarquizan la información según parámetros no transparentes de clasificación. Es cierto que internet ha inaugurado una nueva era de lectura, pero surge la paradoja de que la mayoría de la gente prefiere que una máquina lea en su lugar, aún cuando la mayoría de los textos han sido escritos para ser leídos de manera lineal. Con la ayuda de los buscadores ya no resulta imprescindible la lectura para hallar un dato, menos aún para intentar una interpretación. «Nadie de nosotros puede soñar con leer ni una mínima fracción del total de páginas de la Web, pero analizando las estructuras de enlaces que unen todas esas páginas, Google es capaz de extraer conclusiones automatizadas sobre la relevancia relativa de distintas páginas frente a distintos argumentos de búsqueda. Ninguno de nosotros se tragará jamás el corpus completo, pero Google puede digerirlo para nosotros». El tiempo para alcanzar la información se acorta magníficamente, pero no consta cuál es la calidad de los contenidos.

En los países desarrollados el índice de usuarios de internet aún está lejos de ser absoluto, pero las cifras ascienden cada año. Sin embargo, para que en un futuro los lectores del primer mundo puedan prescindir de las bibliotecas, el ciberespacio deberá perfeccionar su sistema: catalogación organizada, compromiso de conservación, sistema de apoyo en las búsquedas, filtros establecidos por los bibliotecarios, pues «de forma muy acelerada, se ha pasado de la carencia a la sobreabundancia -en la población privilegiada del planeta [...] La tecnología proporciona una asombrosa capacidad de ver, pero no de volver a ver, de hacer memoria de lo que se ve; de ahí esta percepción caleidoscópica del mundo [...] La tecnología de información digital -fijémonos en su manifestación más llamativa: la red- ha creado una inmensa cuenca en donde verter sin freno información. Difícilmente se habría podido imaginar hace años un contenedor tan fenomenal de información indiscriminada, tanto en sus contenidos como en sus códigos [...] La sociedad sobreinformada tiene un reto: [...] confinar la información» y discriminarla con patrones transparentes para el usuario, que a su vez tendrá que clasificarla según las intenciones (comerciales, políticas, morales) del buscador.

Las dificultades entrañadas por la forma en que se accede a la información en internet se multiplica con el enfrentamiento constante entre el contenido hipermedia y la máquina que lo confina. El hipermedismo tiene el reto de no desaparecer junto a un soporte expuesto a una rápida obsolescencia. «Hay que aceptar ya que una nueva arqueología aparece con estas tecnologías: la que se dedica a recuperar, ya no bajo la tierra, sino bajo la obsolescencia, información valiosa que ha quedado atrapada en soportes y aparatos fuera de uso».

Además de la obsolescencia, los hipertextos se enfrentan a otro fenómeno que atenta contra la pervivencia de lo escrito en formato digital: el desvanecimiento. El desvanecimiento es la desaparición del texto. La página web que ya no se puede encontrar, de la que no hay pistas, que se desvaneció del servidor que la tenía alojada y de los buscadores que la referían, aunque persista su referencia en algunos glosarios o índices digitales. El ciberespacio no funge como biblioteca. No se preocupa por el cuidado de los libros que ha ido adquiriendo con el tiempo. Ahora las obras mueren, atacadas por la falta de presupuesto o el aburrimiento. Dejan de existir, simplemente. Y así como han tenido la oportunidad de estar en todos lados con un sólo ejemplar, también desaparecen de todos lados cuando ese ejemplar se desvanece. «Hay libros medievales manuscritos que pueden haber estado sin leer por centenares de años, pero que ofrecían sus tesoros al primer lector que los encontrase y lo intentase. Un texto informático sometido al mismo grado de descuido es inverosímil que sobreviva cinco años».

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